Carta para Avelina Lésper

A usted, que ha sabido hacer escuchar su voz, me dirijo con especial dedicación. Enemigos no le faltan, amigos tampoco. Pero verá, como es mi caso ha de haber más, que uno de mis profesores del seminario de la facultad se ha quejado de su persona. Brillante hombre aquél, tan peculiar por su manera de hablar como por su manera de ser, y me refiero a su cuerpo físico. ¿Cómo no llamaría la atención un hombrecillo como ese? Pero por la manera que ha hablado de usted, hasta la impresión me ha dado de que la conoce en persona. «Avelina Lésper, ese personaje terrible y despreciable que espero que ustedes no conozcan jamás», dijo en medio de una clase. Curiosamente creo que nadie excepto yo misma la conozco, así que el comentario no entró siquiera en oídos de mis compañeros. Pero yo ahora le reclamo: ¡Qué monstruo tan horrible debe ser como para que este profesor, autonombrado artista, le hable así! Usted debe ser una persona despreciable verdaderamente, porque este hombrecito que pinta pero no sabe dibujar le llama de esa manera. ¿Cómo se atreve a respirar el mismo aire de personas que, como mi profesor, pasan por el mundo alardeando de habilidades que no poseen pero que los que los rodean son lo suficientemente ignorantes como para no percatarse de sus mentiras? ¿Qué hará después?, echarle en cara que miente cuando dice que sabe alemán pero no sabe escribir Athenäum apropiadamente, y hasta le pone diéresis a la “e”, creyendo que nadie en el salón sabe alemán como para corregirlo cuando pronuncia incorrectamente Tannhäuser, ¿eso también se lo destruirá!  O acaso le restregará que no sabe diferenciar entre “ponzoña” y “zampoña”. O que se regocija en Schönberg pero que no reconoce a Vivaldi cuando lo oye, ¿eso también es pecado? Si él mismo ha admitido en frente de todos «no sé dibujar, y eso que soy pintor» mientras nos lo demuestra con plumón en mano sobre el pizarrón, ¿tiene usted derecho a darle mal sabor de boca al pronunciar su nombre? Él, que honradamente ha vendido sus obras en galerías. Él, que pinta lo que nace de lo más profundo de su ser, que es abstracto porque nadie puede decir qué forma tiene una voluntad, mucho menos una tan exigua. ¿Con qué derecho le arruina la consciencia a este hombre? ¿Cómo duerme usted por la noche? Qué le importa a usted que este hombrecito no diferencie entre la porquería y lo bello, ¿su intento es mejor? Porque quién puede decir qué es bello. ¿Winckelmann? No me haga reír con sus pensamientos retrogradas.

¿Qué más quiere usted de él? ¿Sus manos para que no pueda volver a pintar o su boca para que no pueda volver a mentir? ¿No le basta con haberlo destruido internamente? Desalmada mujer.

¡Qué el Colgio de Historia de la UNAM se entere completamente que usted es un monstruo terrible que destruye el corazón de los autonombrados artistas! Avelina Lésper, la más terrible.

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